Historia de Cruz Salmerón Acosta...  El Poeta de Manicuare


Por: Julio Hernández.

 Manicuare, a orilla del Golfo de Cariaco, donde las olas dicen de aguas íntimas y el cielo lo invitan tizones a la noche, nace el poeta el 03 de Enero de 1892 y allí transcurre su infancia siempre a la orilla del agua o mar adentro, entre botes, peces y atarrayas, porque Cruz María Salmerón Acosta fue eso, un adolescente sembrado en el mar y un hombre a quien el mar le naufragó en la sangre.

 El primer encuentro es con el mar, con los yaques, con los ojos que tratan de penetrar la piel reseca de la tierra.  Manicuare, es así, un puñado de mar, un puñado de gente y un puñado de tierra, como diría el poeta Víctor Salazar. 

            Manicuare, prolongación de Araya entre la costa, es la aventura del hombre que se resiste a perecer.  Ahondar en este pueblo, descender a su gente y descubrirla, es encontrarse con un hombre que no renegó nunca.

             Desde muy temprana edad Cruz María se adueña del cariño de todo un pueblo que lo supo comprender en los juegos de trucos, en las peleas de gallos, en las parrandas decembrinas, amante de la poesía y diversiones, crece en un ambiente lleno de amor y cariño, por las noches escucha de labios de Mano Catire cuentos, canciones armoniosas las cuales aprende para cantarlas en las fiestas de Cruz de Mayo.

             Los estudios de primaria los realiza en Manicuare, casa de Doña Carlota y Petra González, más tarde pasa a la Escuela de Pedro Luis Cedeño, ubicada en Toporo donde acuden los niños de Cochabamba, Chiclana y Santa Rosa.  Toporo era un barrio de Cumaná llamado hoy en día calle de los telares, calle Cantaura, calle Cedeño.  La secundaria la cursó en el Liceo Federal, a cargo de Silverio González, actualmente Liceo “Antonio José de Sucre”.  Obtiene el título de bachiller en el año 1910, con 18 años de edad es enviado a la Universidad Central de Venezuela a estudiar la carrera de Derecho.

             En el año 1911 escribe su primer poema y se lo dedica a su inseparable amigo José Antonio Ramos Sucre.

CIELO Y MAR

 En este panorama que diseño

para tormento de mis horas malas,

el cielo dice de ilusión y galas,

el mar discurre de esperanza y sueño.

 

La libélula errante de mi ensueño

abre la transparencia de sus alas,

con el beso de miel que me regalas

a la caricia de tu amor risueño.

 

Al extinguirse el último celaje,

copio en mi alma el alma del paisaje

azul de ensueño y verde de añoranza;

 

Y pienso con oscuro pesimismo,

que mi ilusión está sobre un abismo

y cerca de otro abismo mi esperanza.

 

Estudiando el segundo año de leyes comienza a sentir dolencia en los brazos, los dolores eran constantes y fuertes, se le duerme una mano y acude al médico Felipe Guevara Rojas, quien para la época era el Rector de la Universidad Central de Venezuela, lo examina detenidamente y procede a analizar su sangre.

            El diagnóstico es fatal, crudo y doloroso, el poeta había contraído la lepra, ese mal considerado como la enfermedad bíblica y también como el castigo de los dioses.  La terrible enfermedad que encontró asilo en su organismo.  Ser leproso en aquellos tiempos era exponerse al más absoluto desprecio por temor al contagio.

            El médico emite un doloroso consejo al desconcertado estudiante: “regresa a tu tierra rápido y aíslate antes que las autoridades sanitarias te condenen al Degredo”. 

AMOR INFORTUNADO

 

¡Pobrecito mi amos!, se está muriendo

bajo el golpe fatal de lo imprevisto;

agoniza mi amor, triste y gimiendo,

sólo y tan resignado como un Cristo.

 

¡Se me murió mi amor! Tan solo, dijo,

el nombre de la amada indiferente,

yo le puse en el pecho un crucifijo,

cerré sus ojos y besé su frente.

 

Y envolví su ataúd con lo más bello

que a la vista tenía, todo aquello

que me gané en la lucha: rosa y palma,

 

Lo bajé de la fosa al negro fondo,

y lo dejé enterrado en lo más hondo

del triste cementerio de mi alma.

 

A principios de 1913, el atormentado poeta emprende su viaje a la soledad más espantosa hacia el aislamiento, hacia la renuncia de todo lo que ama.  Atrás quedan sus fraternos amigos, su cordera del alma, Conchita Bruzual Serra.  Todo vuela hecho jirones en el aire, sus ambiciones y sus sueños juveniles, sepultados así de golpe.  Apenas tiene 21 años la fatalidad le reserva nuevos tormentos y tristezas, al día siguiente de su llegada a Manicuare muere su hermana Encarnación y meses después es asesinado su hermano Antoñico por el jefe civil; el crimen es vengado por el pueblo y a muchos se les enjuician y persiguen; el poeta conocería entonces, durante un año, el oprobio de la cárcel gomecista. 

            Cruz María logra, pese al sufrimiento de las carnes torturadas y a su brutal aislamiento, amoldarse a su dolorosa situación.  Afrontar la realidad con franciscana resignación, a no desesperarse y a realizar, al mismo tiempo, el milagro de aceptar que Dios había convertido su alma en una Fuente de Amargura.

             Siendo el dolor padre y maestro del genio, ¿Cómo podía Cruz Salmerón Acosta burlar y escapar al dolor?, y fue inmenso su talento porque fue inmenso su martirio.  Nació predestinado para él: llevaba la cruz hasta en el nombre.

            Y él glorificó en su vida la desintegración de la materia que es patrimonio de la muerte.  Fue un profeta crucificado en su cuerpo, y como buen profeta que agoniza consagrado al martirio, dejando caer el dolor de sus siete palabras, todas las amarguras, todas las tempestades de su espíritu.

            En su magia literaria cambia todas las fórmulas, en su crisol de poeta alquimista fundía todas las bellezas, tristes o alegres; espumas, fuego, rosas, sangre, risas y lágrimas. 

            Envuelto, como en una clámide, en el trágico mal que devoraba su cuerpo, esperando vanamente, en una lenta y desesperante sucesión de instantes eternizados por el dolor que sugiera el Cristo-Mago trayendo en los labios las dos palabras salvadoras: “¡Estás curado!, Cruz Salmerón Acosta”, fue tejiendo en verso su agonía, como un escritor sentenciado a muerte que cincelara su propio nombre en la loza de su sepulcro. 

PIEDAD

 

No, no era amor lo que ella me tenía;

era tal vez piedad, lástima era,

porque mi oculta pena comprendía

y ella se compadece de cualquiera.

 

Mientras voy recobrando mi alegría

animado quizás de una quimera,

se va tornando mucho menos mía

como si ella ya no me quisiera.

 

Yo si he formado de mi amor un culto,

desde que aquí mi juventud sepulto

y la aureola del martirio ciño.

 

No me quites, Señor, mi sufrimiento

si es que habré de perder con mi tormento,

                                 la conmiseración de su cariño. 

Toda es vana ilusión, el corazón del hombre está solo en esta hora de la creación sublime, el color del cielo y del mar tornase sobrio, en la playa de oro cantan los pescadores sus bellas canciones y de las voces frescas la vida forja un himno que cada mañana recae triunfal de la faena de la buena pesca.  Nuevamente la voz del poeta Cruz Salmerón Acosta iza en el aire diáfano del día su lírica bandera para cantarle a la vida, a la vida feliz del hombre y la mujer, animado por la misma de la infancia, cuando a sus ojos de poeta las olas rumorosas y las errantes plata de los peces traían a la superficie, desde el hondo del mar, su mensaje misteriosos de algas, colores y perfumes. 

            En el año 1923, concretamente durante el mes de Marzo, Andrés Eloy Blanco, escribe el poema Canto a España, en junio del mismo año se consignó el veredicto que daba como ganador, entre un numeroso grupo de concursantes, al poeta venezolano, y meses después, regresa a Cumaná y entra al golfo de Cariaco en un buque que lo traslada de la ciudad Madrileña.  Cruz María, ya fatigado por la enfermedad se levanta de su lecho de enfermo para cantarle al triunfo de la poesía venezolana, y desde la ribera del norte, acompañado de un grupo de pescadores, empezó a declamar en voz alta “Bienvenida”, que nunca los oídos de Andrés Eloy pudieron escuchar y aún así no satisfecho con esto, Cruz María le hizo llegar la letra del poema con un pescador de la localidad. 

 

BIENVENIDA 

Un pobre poeta que casi no existe,

de los que han quedado, como ayer dijiste,

aquí con sus llagas, que no olvida Dios,

perfumadas siempre de flor de poesía

un tierno e ingenuo saludo te envía

que por ser tan triste parece un adiós.

 

Desde mi sombrío y eterno retiro

esta tarde, el buque donde viajas, miro,

y sufro mirándote ante mi pasar,

pues quiero y no logro dar unas palmadas

con mis dolorosas manos mutiladas

que ya ni la pluma pueden empuñar.

 

No sé por qué, viendo tu buque, he pensado

en el barco donde me vine abrumado

de la misma pena que debe sufrir

el que para siempre se ha despedido

de todas las cosas que más ha querido

con una infinita ansia de morir.

 

No creerás que, en tanto tu buque al golfo entra

acá en la ribera del norte se encuentra

un bardo que mucho lamenta no estar

con el noble pueblo que hoy va a saludarte,

para con el pueblo también aclamarte

con la voz que nunca habrás de escuchar.

 

Mientras que sus versos mi musa te canta

la queja que a veces sube a mi garganta

con una sonrisa logro contener;

y el corazón mío palpita tan duro,

que a mi me da miedo, porque me figuro

que dentro del pecho se me va romper.

 

Yo hubiera querido, hoy en mi aislamiento,

hacer, olvidando la pena que siento,

lo que en su clausura hace el ruiseñor,

que a pesar de su ansia de espacio y follaje

trina tan alegre como en el ramaje

que oyó sus primeras canciones de amor.

 

Llegas a tu cuna cuando muere el día

y nace la hora de la poesía

cuando más nos pesa del duelo la cruz,

y finge el lucero triste de la tarde,

en el cielo, un cirio fúnebre que arde,

y al sol que agoniza envía su luz.

 

¡Cómo evoco ahora tu gran Canto a España

que tanta belleza poética entraña!

yo siento, evocándolo, el goce interior

que se siente ante una risueña pradera

donde hay mariposas, y por dondequiera

un pájaro vuela y se una flor.

 

En él las estrofas parecen diamantes

y fingen los versos hermosos cambiantes,

y todo el poema semeja un joyel.

No tienen las perlas más ricos fulgores,

ni pintan paisajes con más bellas flores,

la luz que en el lienzo derrama el pincel.

 

Poeta: eterna será tu memoria.

Más grandes laureles reserva la gloria

para coronarte.  Ve de ellos en pos

mientras yo me quedo aquí con el alma

ya sin ilusiones y una sola palma

la que da a los mártires la mano de Dios.

           

Durante el mes de Julio del año 1929, Manicuare vive una gran sequía, mientras agoniza el poeta, un poeta a quien el amor y la cercanía del amor le habían sido negado, porque ya no tenía otra visión sino del azul de los ojos de la amada, confundido con el azul de su cielo y de su mar.  Ese hombre, ese poeta andaba pisando las puertas de la santidad.

 

            En Manicuare cien mil espejos de sol castigan casa, calles, árboles y pájaros.  La sequía prolonga el calor casi asfixiante, hombres y mujeres injurian y reniegan en su desesperación, acosados por la falta de agua.

             Todo era imprecisión y blasfemia porque el cielo les negaba la lluvia, pero el poeta, ya en dolorosa agonía le cerró la amargura, les apaciguó la sed y les hizo pensar nuevamente en la esperanza. 

“no se vayan nunca de este pueblo,

no blasfemen, no renieguen de Dios,

mañana cuando llegue al cielo

le voy a mandar bastante agua.” 

            Y el día 29 de Julio del año 1929, el poeta se confundió con el azul que tantas veces cantara.  Y llovió en Manicuare, sobre la tierra agradecida un diluvio bíblico que aún hoy permanece en la mirada de los ancianos y en la sonrisa de los niños preservan vivo la memoria del poeta. 

A LA CRUZ

 

Sagrada cruz, yo si te he profanado

entre unas manos de mujer querida,

y en el tosco puñal con que he intentado

dar a mi corazón la última herida.

 

Más, cien veces, contigo me he abrazado

junto a una tumba, entre otras mil perdidas

y con gran reverencia te he llevado

en mi nombre, en mi sangre y en mi vida.

 

¿Qué importa que después, cuando yo muera

y acompañes mi tumba, nadie quiera

regarnos rosas ni piadoso lloro?

 

Los abrojos que nazcan en mi fosa

han de ofrecernos –oblación piadosa-

su siempre triste floración de oro. 

            Del mar abierto comenzaron las señales a media mañana; los vientos fueron llegando y parecían traer un manto para achicar la luz, entonces la canción del trueno alargó sus sacudidas tratando de insinuar las imploraciones profundas o tal vez la increíble soledad de los ratos recónditos.  La sequedad atónita del suelo que no pedía agua de lluvia porque le repugnaba la abundante cercanía del mar, adelantó sus cuentas para despedir a un amigo, al cantor del océano y su medio, cambiando la terquedad de su habitual aridez y así enchumbar los tunales hasta una saciedad abismal. 

            La hora pasaba y no amainaba la lluvia ni la rebeldía atmosférica, al decir del creyente, Cristo reverenciaba a su humilde profesador que había logrado cantar en sonetos bellísimos  a la amargura de un amor de limitaciones físicas, pero también el azul perenne  de su limitado paisaje.  Ya entrada la noche no pudo esperarse más, entonces se hicieron al cortejo bajo la inclemencia del tiempo, por el amigo, por el poeta amado, por la querida figura del pueblo, chapoteaban las pisadas en el barro del camino, acentuadas por la carga mortuoria al prolongar su martilleo.  Pero era obvio que la naturaleza había previsto retardar, hasta donde fuera posible, el ocultamiento por la tierra de aquellos despojos. 

            La fosa estaba totalmente llena de agua, al parecer, el llanto por tan querido infortunado no tenía límites.  La pleamar propiciadora de una de las mejores crecientes de esos tiempos, entremetía la presencia del mar, vigoroso y rugiente, para no dejar dudas de su calidad de actor. 

AZUL

 

Azul de aquella cumbre tan lejana

hacia la cual mi pensamiento vuela

bajo la paz azul de la mañana,

¡color que tantas cosas me revela!

 

Azul que del azul del cielo emana,

y azul de este gran mar que me consuela,

mientras diviso en él la ilusión vana

de la visión del ala de una vela

 

Azul de los paisajes abrileños,

triste azul de mis líricos ensueños,

que me calman los íntimos hastíos.

 

Sólo me angustias cuando sufro antojo

de besar el azul de aquellos ojos

que nunca más contemplarán los míos. 

            Los parroquianos achicaban sin descanso en aquella herida de la tierra; parecía tocada una arteria vital del planeta y por eso la profusión líquida no tenía final.  Ganando tiempo a la velocidad de la lluvia se hizo un sitio para la estancia definitiva, pero el suelo se empeñó en ungirlo antes de aceptar su siembra, era un aceite de barro resbalando en el arca que hacía de cajón; así taparon con charco al poeta del dolor y del amor. 

EL POETA LACERADO

 

Soy hombre porque soy libre,

Y soy libre porque he decidido

Someterme al rigor de un dolor

Interminable.